Páginas

Wednesday, May 25, 2016

MI AMADO MOSKOVICH 

    Hay recuerdos que nunca se olvidan y hasta se sueña con frecuencia con ellos. Ese  era el caso de mi auto marca Moskovich, por supuesto que Ruso, y que inundaron la ciudad, como un estímulo para los profesionales médicos a finales de los 80’.
    Decir “me dieron”  un auto es un eufemismo pues lo tuvimos que comprar mi esposa y yo peso a peso y bien caro que costaban para el sueldo de un médico. Pero ahí estaba el Moskovich en el garaje de casa, brillante y reluciente como el café con leche mañanero.
    Me sentía un privilegiado pues los demás  médicos y profesionales no tenían auto sino de las antiguas maquinas americanas que sobrevivían como dinosaurios antediluvianos.
     El auto represento un gran avance en nuestras vidas. Nos servía para ir al trabajo y a la playa o el campo los domingos. Hasta le pusimos nombre: Lester.
     A Lester yo lo bañaba  y abrillantaba cada vez que podía, lo llevaba al mecánico como a una señorita al dentista para mantener buena dentadura. Tenía un buen motor, los soviéticos habían copiado a la Renault en eso, lo demás, como el carburador  era como una carie que duele una y otra vez.

    Ya era miembro de la familia, fue el primer  hijo que tuve, después vinieron Jennifer y Orlandito que lo pudieron disfrutar un tiempo. A Orlandito le encantaba entrar al garaje conmigo sentado sobre mis piernas y conduciéndolo, era su mayor felicidad.

    Cuando decidí exiliarme sabía que perderíamos a Lester pues mi esposa no podría quedarse con él. Así que se lo quitaron las autoridades porque estaba a mi nombre y era un auto  entregado por Castro a pesar de lo habíamos pagado hasta el último centavo. Cosas de la tiranía.
    Cuando fui a Guantánamo 18 años más tarde no quise preguntar por el destino de Lester. Un cuñado mío me dijo que había visto la carrocería por allá por allá por un pueblucho perdido al oeste de Gtmo, Villorrio. Lo recomió por la chapa, era una guarida de gatos, lo habían desvencijado.
     La noticia me dolió como cuando uno pierde un familiar cercano, Lester el carro de mis sueños en el exilio en Uruguay había muerto. Solo me queda el recuerdo de mis pequeñines riendo alegre  cuando en los domingos los llevaba a la playa y Lester los llevaba como un carro que ignoraba su destino final.