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Wednesday, June 1, 2016

LA HABANA QUE ESPERA


    La  Habana, una ciudad congelada en el tiempo, con sus viejos edificios emblemáticos que la definieron en los años 40 y 50 parece una señora que se llena colorete en la cara para tener buena presencia ante los turistas pero que no puede ocultar la vejez del resto del cuerpo que es donde reside el verdadero pueblo.
    Pero esos turistas sabiendo que  el carmín en la cara no es la verdadera Habana se van a la otra ciudad, a ver como el comunismo ha hecho estragos en sus brazos esqueléticos y en sus piernas famélicas: el ultimo remanso del comunismo castrista en el hemisferio occidental, con sus barrios deteriorados sin mencionar  parte de la Habana Vieja y Centro Habana que son los pies llenos cayos y juanetes y donde se aglomera un mundo de gente pobre. Eso quieren ver los turistas como las fotos de Berlín Oriental inmediatamente después de la caída del muro.
Pero ese olor a petróleo quemado que se mete por las narices en Centro Habana es un olor que me define a la Habana y que extraño aquí en Uruguay. Mientras tanto la Habana espera con paciencia el gran cambio que está a la vuelta de la esquina. La gente está llena de esperanza a que mueran los Castro y se decida el futuro pero lo hacen en silencio, en su fuero interno, mientras dicen a cualquier reportero que son felices allá. Han aprendido a callar. El comunismo es el arte de poner una gran mordaza e introducir un policía en el interior de cada cubano, excepto unos pocos valientes que se atreven a desafiar a la nueva Gestapo.
   Mientras tanto la Habana espera en silencio. Una ciudad bella en sus alrededores con sus bellas playas y gente que aprendió que Contex y Cuba Moda no son las que dictan el vestuario de la alta costura sino las tiendas de Miami. Parece una pequeña Miami desfilando con su ropaje habitual. El pueblo se ha vuelto consumista de los bienes del Norte brutal y el gobierno ya no puede hacer nada.

    Espero vivir lo suficiente para visitar una Habana libre  que cada vez veo más cerca. No para tomar Daiquiri en el Floridita sino para caminar entre sus viejos muros y tocarlos como se acaricia a una antigua amante.




  

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