Era una mañana desolada. Llovía y fui a ver al sacerdote. Lo
encontré leyendo en la sacristía. Vio mi cara compungida.
__ ¿Qué te sucede hijo?
__ No se padre. Hoy me levante extrañando a los míos. Todos
están en Punta del Este pero mi ánimo no estaba para celebraciones. Extraño
sobre todo a los que están en Cuba.
__ Eso sucede cuando no miras a tu corazón y ves en lo más
profundo que ellos están a tu lado.
__ Trato Padre pero mi corazón ya está vacío. No hay nada en
él.
__ Ve al fondo de la iglesia, a mano derecha, en un rincón
oscuro y ya verás algo que te pertenece.
La Iglesia era muy vieja y la estaban reparando. Se ubicaba
en uno de los lugares más recónditos de la ciudad vieja de Montevideo. Camine
entre los maderos que sostenían los andamios. Todo estaba oscuro y húmedo.
Y un rincón del fondo alguien se había acordado y depositado
una Virgen de la Caridad del Cobre. No tenía las vestiduras de lujo que tenía
en Cuba. El orfebre se había esmerado en los detalles. Su manto cubría sus pies.
Me pregunte quien había tenido la devoción para traerla y depositarla para que
todos los cubanos la veneraran. Había
otros muchos santos alrededor, pero yo no vi a otro. Me arrodille y toque su
manto y rece por todos los cubanos que como yo la soledad los aprisionaba.
Y sentí que todo estaba bien a pesar de mis lágrimas.
Me puse de pie y me retire del lugar. Al pasar por la
sacristía quise despedirme del Padre. El miro mis ojos húmedos y no dijo nada,
ya sabía el efecto de la Virgen en mí.
Ya tenía un lugar en Montevideo donde sabia alguien
celestial me esperaba cuando mi ánimo decayera. La Virgen de la Caridad del
Cobre extendía su manto sagrado a los cubanos
que como yo anhelaban consuelo.
Por favor la familia que deposito la virgen en la iglesia para que la veneraramos los cubanos comunicarse conmigo en arcoorlo@gmail.com gracias
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