Habían transcurrido 17 años sin que el gobierno cubano me permitiera viajar a Cuba. Excepto las vacaciones que Mamá y hermano habían pasado en Punta del Este y la visita que mi esposa había realizado a mi hija- que ya estaba conmigo más de año, me dieron el visto bueno por las nuevas medidas de Raúl Castro y al fin saqué el pasaporte cubano con un papelito simple que me autorizaba a viajar a mi tierra.
Mi hija y yo hicimos el viaje juntos. Muchas lágrimas y alegría entre todos a las 2 de la mañana cuando llegamos a la ciudad del Guaso.
Mi hijo a quien no veía desde los cuatro años esperaba el auto que nos traería, velando, estacionado en la esquina. Fue gran emoción de ambos vernos. Se había convertido en un guapo mozo, más alto que yo, atlético y hermoso.
En los días siguientes él me daba un beso en las mejillas antes de irse a sus estudios y también cuando regresaba en la tarde. Yo estaba conmovido por su necesidad de amor de padre y se sentaba en el corredor de casa a preguntarme sobre el Uruguay.
Pero la verdadera protagonista de esta historia era mi madre. Sin llanto, solo bromeaba y no cabía en sí de regocijo.
Por la tarde, cuando las sobras cubrían el corredor de su casa, ambos nos sentábamos en sendos balances o mecedoras y ella me contaba historias de sus antepasados y de nuestra niñez. Habia dejado en Montevideo el primer libro que escribía “Memorias de un niño guantanamero” que aun tenia algunos vacíos que llenar y Mama me actualizaba con sus recuerdos pues tiene una memoria prodigiosa de la cual, en parte yo heredé.
Un domingo cuando las sombras de las gentes se hacían más largas comenzó un desfile de señoras del barrio que iban a sus respectivas congregaciones religiosas.
- Hay viene Hortensia, la Adventista del Séptima Día.
- ¿Y cómo la conoces si no ves, Mamá?
- Yo la conozco por sus pasos titubeantes y porque es la hora en que abre su templo. Pero déjala a mí. Yo sé cómo manejarla.
-Buenas tardes G….Ahh. ¿Este es tu hijo el que vino del extranjero?
-Sí, El mismo que viste y calza.
- Bueno. Un gusto. Soy Hortensia y voy a mi Iglesia. ¿Conoces al Señor, Jesucristo que nos salvará de la destrucción final en la séptima era?
Yo permanecí callado y dejé a Mamá hablar.
- El ya conoce al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Si casi estudio unos años para sacerdote y a última hora se decidió por la medicina.
- Pero no conoces al verdadero Señor que te traerá la salvación cuando venga la hecatombe final.
-Yo no sé mucho de eso.- dijo Mamá- Solo te puedo decir que es como una reencarnación del demonio. Por la noche los ojos se le ponen rojo como ascua. Da terror pero ya nos hemos acostumbrando…
-Si es de la Iglesia católica debe ser del diablo. Aleluya.
Y Hortensia apresuró el paso aterrorizada pero entusiasmada de contarles a sus hermanas y al Pastor, de su encuentro con un engendro de Satanás.
Mamá y yo no pudimos contener la risa. Yo dije:
-Mamá. Mira que hay respetar a todas las religiones…
- Vamos hijo. Si no tienen sentido del humor es que el Señor todavía no las ha visitado.
Como al lado de casa mi hermanito tenía una pizería, con licuado y refresco de frutas se acumulaba mucha gente a comer y las Señoras del barrio hacían una escala para refrescarse con un refresco con hielo, entonces notaban nuestra presencia.
Una mujer ya entrada en años pero fuerte aún nos descubrió.
- Ahh. G… Estas aliviándote del calor tremendo que hace… Y ese guapo hombre que está a tu lado. ¿ es uno de tus hijos?
Yo callado. Dejándolo todo a Mamá.
- Sí. Es mi hijo que vino del Uruguay a visitarnos.
_ Un gusto m’ijo. Yo voy a la Iglesia Pentecostal.
- Ahh… Qué bien.
- ¿Y hay mucho pentecostales en Uruguay?
- Sí. Creo. Lo que hay es muchos mormones e Iglesias Católicas.
- ¿Mormones? ¿Y qué clase de credo siguen?
-Uno muy extraño. Primero construyen una iglesia donde no se identifica ninguna cruz. A continuación una cancha de basket ball para atraer a los jóvenes- dije yo siguiendo el juego de Mamá.... -y agregué- los dos varones que acierten más canasta en el juego serán enviados como misioneros a otros paices. Siempre son fuertes y blancos. Los pastores les tienen ya preparados pantalón negro, camisa blanca y corbata. Así están por todas partes.
Y continué:
- Creen en Cristo y descubrieron en una cueva unas planchas de oro que añadieron a la Santa Biblia.
-Ahh... ¡Qué horror! Las Santas Escrituras... Por aquí en Cuba no hay. Lo que sí hay es varias Iglesia católicas. La gran Babilonia…
-Respeta a mi hijo que es católico.
- Pero no ha conocido aun la fuerza del Espirito Santo.
Mamá agregó:
-Ël casi es cura pero luego se dedicó a la medicina.
_ Que bien. Primero médico que católico…
- Mira. Yo no sé pero en las noches oscuras le salen unos cuernos como a Belcebú que no hay ojos que lo resistan, ni yo que soy su madre. Yo creo que es el mismo Diablo reencarnado…
- Aleluya. Que el Espíritu Santo entre en él y lo purifique. Para el espíritu no hay imposibles...
- No lo moleste con tus palabras. Se encarnará en tí y no habrá Dios que te salve.
-¡Aleluya!
La mujer sin decir adiós apresuró el paso y se fue sin despedirse.
Unos minutos más tarde vino un mulato ya anciano que tenía una prótesis de la arcada superior muy roja y después piezas blancas. El hombre era viudo y se dedicaba a vender lotería en forma clandestina para sobrevivir a la pobre pensión que ganaba.
_ Ohh. –Me dijo a mí- al fin te tenemos de vuelta. ¿Qué te parece como está el país ahora?
Yo no conteste. Solo lo salude con un gesto dela mano.
_ ¿Cómo va el negocio Eduardo?-dijo mi madre.
- Ahí. Ahí. La gente no tiene plata pero para la lotería todavía tienen la vieja ilusión de ganarse el millón. Jejeje.
-Apúntame diez pesos a mi nombre para la próxima tirada.-dijo Mamá.
El anciano sacó una pequeña libreta y puso la apuesta de Mamá.
-¿Y dónde vas ahora Eduardo?
-A un toque de santos, con mucho ron, bongóes, lindas mulatas, bailes y purificaciones de los malos espíritus.
Yo sonreí a mandíbula batiente y le dije:
- Pues voy contigo a gozar esta noche y recordar a la difunta Jélica que hacia bembé al lado de casa cuando era niño. Espero que Dios que perdone por este pecado.
_ Mira que a mi hijo le salen patas de chivo en la noche que son un terror. Es el mismo diablo. Yo no sé cómo puede caminar en esas ocasiones. No vaya a ser que se transforme en medio del baile y haga huir a todo el mundo...
-No importa G... Nosotros hasta el mismo demonio lo recibimos sobre todo cuando alguien entra en trance... Y más tu hijo que seguro tiene dólares para encumbrar a los mismos espíritus.
Y fui tras Eduardo como un joven que quería recordar su niñez y juventud.
Mamá quedó pensativa.
-A los hombres cuando le mencionan las mulatas no hay Dios que los detengan.
Dr Orlando Vicente Álvarez
cubano uruguayo
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