EDUCANDO A MIS VECINOS
Cuando era un niño
mi casa era la más grande de la cuadra y la clase media no era muy abundante. Teníamos
televisor que mamá con su buen corazón abría la puerta para que los chicos del
barrio-la mayoría descalzos- entraran a ver Las Aventuras de las 7:30.
Teníamos teléfono y
cada mes se formaba un lio a la hora de pagar la factura pues siempre se colaba
una de larga distancia que costaba más dinero y nadie se hacía responsable.
Mamá pagaba.
Pero el lio mayor se
producía a la hora de usar el refrigerador. Diversos vecinos guardaban la carne
envuelta en un nilón en el congelador. Este era grande, un kelvinator ancho y profundo.
No pasaba nada hasta que un día una vecina que era muy pobre y tenía varios
hijos se llevó la carne de otra que era muy respetuosa y se llamaba Sonia.
Cuando Sonia vino a
buscar su porción de carne a la hora del almuerzo esta había desaparecido. La única
explicación es que la vecina que tenía varios hijos se la había llevado y como
la porción era grande la empezó a cocinar. Yo fui a la pobre casa y le explique
problema y la vecina pobre se hizo la que no se había dado cuenta pero en el sartén
fritaba los big steak de Sonia. Tuvo que sacar la carne olorosa del sartén y yo
se la lleve Sonia que ponía cara de mala. Intercambiamos las carnes. Al menos
Sonia se había ahorrado aceite.
Cuando mi Padre se enteró
del asunto prohibió el trasiego hacia el frio, el uso del teléfono a extraños y
cerraba la puerta a la hora de Las Aventuras lo que perdió diversión a los
niños que tuvieron que mirar de pie por las persianas.
Las vecinas
involucradas no se hablaron más. Mamá casi no salía de casa y contrato a una
jovencita con cama para que se encargara de esos menesteres.
Nunca más las
vecinas usaron la heladera ni le hablaron a mi Madre que recibió una lección:
no se puede ser tan bobo con los vecinos.