MI AMADO
MOSKOVICH
Hay recuerdos que nunca se olvidan y hasta se sueña con
frecuencia con ellos. Ese era el caso de
mi auto marca Moskovich, por supuesto que Ruso, y que inundaron la ciudad, como
un estímulo para los profesionales médicos a finales de los 80’.
Decir “me dieron” un
auto es un eufemismo pues lo tuvimos que comprar mi esposa y yo peso a peso y
bien caro que costaban para el sueldo de un médico. Pero ahí estaba el
Moskovich en el garaje de casa, brillante y reluciente como el café con leche
mañanero.
Me sentía un privilegiado pues los demás médicos y profesionales no tenían auto sino de
las antiguas maquinas americanas que sobrevivían como dinosaurios antediluvianos.
El auto represento un
gran avance en nuestras vidas. Nos servía para ir al trabajo y a la playa o el
campo los domingos. Hasta le pusimos nombre: Lester.
A Lester yo lo bañaba
y abrillantaba cada vez que podía, lo llevaba al mecánico como a una
señorita al dentista para mantener buena dentadura. Tenía un buen motor, los soviéticos
habían copiado a la Renault en eso, lo demás, como el carburador era como una carie que duele una y otra vez.
Ya era miembro de la familia, fue el primer hijo que tuve, después vinieron Jennifer y Orlandito
que lo pudieron disfrutar un tiempo. A Orlandito le encantaba entrar al garaje conmigo
sentado sobre mis piernas y conduciéndolo, era su mayor felicidad.
Cuando decidí exiliarme sabía que perderíamos a Lester pues
mi esposa no podría quedarse con él. Así que se lo quitaron las autoridades
porque estaba a mi nombre y era un auto
entregado por Castro a pesar de lo habíamos pagado hasta el último
centavo. Cosas de la tiranía.
Cuando fui a Guantánamo 18 años más tarde no quise preguntar
por el destino de Lester. Un cuñado mío me dijo que había visto la carrocería
por allá por allá por un pueblucho perdido al oeste de Gtmo, Villorrio. Lo recomió
por la chapa, era una guarida de gatos, lo habían desvencijado.
La noticia me dolió como cuando uno pierde un familiar
cercano, Lester el carro de mis sueños en el exilio en Uruguay había muerto. Solo
me queda el recuerdo de mis pequeñines riendo alegre cuando en los domingos los llevaba a la playa
y Lester los llevaba como un carro que ignoraba su destino final.
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