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Friday, October 14, 2016

Yo nací en la orilla del rio Guaso

   Cuando crecí y era un niño ya nos habíamos mudado a la zona sur de Guantánamo.  Aprendí a nadar. Nos íbamos, mis hermanos y yo, a la casa de la abuela Luisa cuya casa de madera de roble se asentaba en las márgenes del rio Guaso.
   Cuando aquello no existía la contaminación que hay hoy día. Nos bañábamos cerca del puente ferroviario y desde un muro artificial del antiguo puente nos lanzábamos al remanso que las aguas habían formado en chocar con el cabezal del muro. Allí nos pasábamos toda la tarde. Abuela nos traía dulces de boniato o alguna fruta de su inmenso patio.
   Años después crecimos y el rio se contamino. Ya no era saludable zambullirse en sus aguas y la magia se perdió para siempre.
   En 1992 una tormenta grado 5 paso por Guantánamo y arrasó con todas las casas de madera de las márgenes del rio guaso. Cuando yo traje a abuela Luisa del lugar de evacuación vimos que su casa había desaparecido. Abuela comenzó a llorar y se lamentaba por su pérdida.
   -¡Mi casa ha desaparecido como un tronco viejo!-decia entre sollozos -pero eso no es lo principal! La casa es de madera y se la lleva el viento. Pero el abuelo, el balance donde siestaba, mamá agetreada en la cocina, mis hermanas correteando por los pasillos, las mesas, los sillones, los armarios, los retratos de los viejos, el juego de copas antiguo de la repisa donde tomábamos la sidra enterrada en el patio en nochebuena. Todos muertos. Por eso lloro, porque se ha llevado el rio mi pasado. Ahora son como fantasmas en la noche. Solo me falta morir para que círculo se cierre.
   -Abuela. No todo ha terminado. Nos tiene a nosotros, tus hijos y tus nietos. Te queremos hasta que estes vieja y el rio no te lleve a tí.

   Esa vez fue la última en que vi el rio tan de cerca, todavía sus aguas fangosas discurrían fuera de cause. Pero ahora, fuera de Cuba, cuanto me gustaría volver a sus orillas lodosas y recordar, recordar.







Yo nací en la orilla del rio Guaso

   Cuando crecí y era un niño ya nos habíamos mudado a la zona sur de Guantánamo.  Aprendí a nadar. Nos íbamos, mis hermanos y yo, a la casa de la abuela Luisa cuya casa de madera de roble se asentaba en las márgenes del rio Guaso.
   Cuando aquello no existía la contaminación que hay hoy día. Nos bañábamos cerca del puente ferroviario y desde un muro artificial del antiguo puente nos lanzábamos al remanso que las aguas habían formado en chocar con el cabezal del muro. Allí nos pasábamos toda la tarde. Abuela nos traía dulces de boniato o alguna fruta de su inmenso patio.
   Años después crecimos y el rio se contamino. Ya no era saludable zambullirse en sus aguas y la magia se perdió para siempre.
   En 1992 una tormenta grado 5 paso por Guantánamo y arrasó con todas las casas de madera de las márgenes del rio guaso. Cuando yo traje a abuela Luisa del lugar de evacuación vimos que su casa había desaparecido. Abuela comenzó a llorar y se lamentaba por su pérdida.
   -¡Mi casa ha desaparecido como un tronco viejo!-decia entre sollozos -pero eso no es lo principal! La casa es de madera y se la lleva el viento. Pero el abuelo, el balance donde siestaba, mamá agetreada en la cocina, mis hermanas correteando por los pasillos, las mesas, los sillones, los armarios, los retratos de los viejos, el juego de copas antiguo de la repisa donde tomábamos la sidra enterrada en el patio en nochebuena. Todos muertos. Por eso lloro, porque se ha llevado el rio mi pasado. Ahora son como fantasmas en la noche. Solo me falta morir para que círculo se cierre.
   -Abuela. No todo ha terminado. Nos tiene a nosotros, tus hijos y tus nietos. Te queremos hasta que estes vieja y el rio no te lleve a tí.

   Esa vez fue la última en que vi el rio tan de cerca, todavía sus aguas fangosas discurrían fuera de cause. Pero ahora, fuera de Cuba, cuanto me gustaría volver a sus orillas lodosas y recordar, recordar.